LOS GUAYACANES A PUNTO DE FLORECER
CAMPANITAS DORADAS
Zoila Isabel Loyola Román
Un espectáculo cautivante, que está bajo el signo de creer y esperar. La
historia del florecimiento de los guayacanes amarillos empieza cuando en
diciembre el árbol se despoja completamente de sus hojas para esperar que en
los primeros meses del año, se produzca el “milagro” del agua que vivifica la
tierra seca y árida, llenándola de vida; el agua que hace renacer los nidos,
las flores, los frutos, los pájaros cantores.
Las primeras lluvias del año anuncian que los guayacanes están a punto
de estallar en una florescencia de esplendorosa belleza de millones de
campanitas doradas que cuelgan de estos árboles durante mas o menos una semana.
Entre dieciocho y veinte, el guayacán que es un árbol de larga
vida, está maduro, y se ha adaptado a estos lugares calurosos, secos y
áridos en extremo como Zapotillo, Mangahurco, Cazaderos… ha creciendo, poquito
a poco, preparando sus raíces, su tronco, sus ramas para sostener un árbol de
copa extendida, que llegará a medir entre 12 a 15 metros de altura. Ha formado
una madera veteada mezcla de amarillo ámbar y café obscuro o verde olivo que le
da un aspecto muy decorativo, para los trabajos de carpintería. Madera
dura, pesada, recia, como recio es el carácter del chazo lojano de estos lares.
Los guayacanes mantienen su follaje verde y fresco durante casi todo el año,
aún en las peores condiciones de sequía. Y solo cuando llegan las lluvias
brotan las flores que, como campanitas de amarillo intenso, cuelgan en racimos
al final de las ramas. Un paraíso de color de oro y azafrán, con resplandores
rojizos, que será nido y sustento de colibríes, charros, mirlos, chirocas,
tordos; en fin, de toda clase de pájaros cantores, de emplumados pájaros de
variadísimos colores…
Como el guayacán, que en medio de las circunstancias más adversas, cree
en el milagro y en la promesa de la lluvia de los primeros dias del año, que
aunque no lo vea, sabe que está alli. Su ejemplo me ayuda a celebrar y a
agradecer al cielo por los dones de la tierra, por la promesa que será
cumplida, cuando confiado se despoja de sus hojas viejas para esperar que
florezcan en sus ramas las más hermosas y nuevas flores-campana que son como el
alma avisora de estos pueblos, flores-campanas que tocan a arrebato para
celebrar la vida, para convocar a la fiesta Sin rendirse!, ¡sin cansarse
de esperar!, ¡sin dejar de creer y llenándose de esperanza!
Entonces, vale la pena aprender de los viejos guayacanes a creer,
a ser perseverantes y esperanzados para no abandonar los sueños, para no
desanimarnos. ¿Porque seguramente, ese sueño esté por florecer?
Ante la belleza de los guayacanes en flor, quisiera decir, con emoción:
¡Qué hermosa es mi tierra!
Publicado en Diario Centinela, el día miércoles 22 de enero de 2014
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